Tercera Semana de Enero

“La salsa vive, llega hasta el cielo, ¡qué Dios bendiga la tradición de nuestro pueblo!” – Tito Nieves.

¿Conoceré el día en el que no tenga nada sobre lo que escribir? ¿Verán mis ojos una conversación en la que no pueda apostillar con una frase ingeniosa de ingenio potosino? Esto me hace pensar porque si bien en toda mi vida, estos veintiún años tan bien puestos, no he tenido ningún problema para hablar, dialogar, compartir y disfrutar de la palabra, tanto impresa como expresa, en los últimos tiempos, la era de la virtualización de las personas y la codificación de las relaciones humanas, he vivido contadas situaciones, rodeado de gente o muy cerca de la cara de una desconocida en un bar atestado, en las que no he querido participar en ciertas mesas. Este fenómeno, al que claramente no estoy acostumbrado, provoca en mí una serie vertiginosa de sentimientos encontrados. Primero me rehúso, con el asa de la jarra bien agarrada, y desaparezco en el tumulto, entre rostros conocidos y otros parecidos a los que en otro tiempo lo fueron, visiones que me hacen desorientarme de camino al baño. Una vez la voz bebe del agua una energía nueva parece nacer en mi interior: con increíble velocidad regreso al encuentro de mis amigos, aunque tampoco es que los busque con un ahínco exacerbado ya que simplemente con un gesto, una mirada, una sonrisa o un estornudo, introduzco media lengua en la primera conversación que tengo a mano, como la cabeza de caballo en “El Padrino”, molestando, sí, pero causando una impresión y un respeto ante la osadía cometida que, de una forma u otra, me permite perdura, ya sea como chascarrillo de ignorante café o memorado en dígitos en la pantalla de un móvil diez veces más caro que todos los libros que tengo en la mesilla. Pero solo un diez, porque de verdad creo que no es lo mismo comprar que gastar: las personas compran para vivir y gastan para gozar de la posesión, aunque no estoy muy seguro si esta idea entraría en colación en un España inmobiliaria de burbujas, donde nadie conoce al West Ham pero si los alquileres sin contrato y las urbanizaciones fantasma.

*Cuando me propuse escribir todos los días de este año, promesa que claras luces ya he quebrantado, la idea primigenia era consolar mis salvajes deseos de mantener viva la llama de los detalles, incrustado en unos recuerdos, los míos, conservados a perfecta temperatura y niveles de humedad, los del Hotel Los Tajibos, en Santa Cruz de la Sierra, haciendo esquina con la antigua casa de Hugo Banzer, ahora restaurante de la jet-set camba. Creo estar consiguiéndolo, el ser fiel a mi memoria, enrollada en finas láminas de pergamino donde las letras se leen mal, emborronadas por la sal y el paso del tiempo. Este ungüento conserva de manera intacta todo lo vivido, y todo lo que me rodeó, porque a diferencia de los caballos de Lorca, mi visión es panorámica y pese a no tener una pantalla curva entre mis nervios para visualizar las imágenes con la mejor resolución posible, las hojas crujen y huele a rocío, por lo que al final esos recuerdos consiguen hacerse valer no tanto por la experiencia en sí, un verano, un beso, un duelo, sino por la sucesión que crean, llevándome en volandas hasta la silla de mi cuarto, hasta este ordenador que compré al empezar la Universidad, a mi corte de pelo, a mis manos sobre el teclado y, sobretodo y ante todos, los libros que atestan mis estanterías y las diez cadenas, vírgenes y santos, que como en “La Señal de la Cruz” de Isabel Pantoja, tintinean con los pasos que me han traído hasta aquí.

¿No es eso, a grosso modo, lo que comento al hombre cuando me pregunta si el libro que leo en el tren, “Los Bárbaros” de Alessandro Baricco, es del autor de “Seda”? Respondo que sí y le hablo de mutuación, de espectacularidad, de fútbol y vino y de lo auténtico. Se ríe y me recomienda un programa de radio que aún no he escuchado. Solo hoy, surfeando entre las olas de sus hojas, de la red, descubro que he leído otro libro suyo, maravilloso, titulado “Tres veces al amanecer”.

Así pues, ¿de qué me ha servido esta reflexión? Tengo claro que quién me conozca, quien me ponga cara a través de una pantalla y quien no entienda ni una sola de estas palabras pero sepa que brinda con mi amistad, todos ellos saben que estas no han sido, ni de lejos, las ideas de esta semana. Todo llega y todo pasa; en medio, sobre la roca, Pablo Ruiz, el mismo de siempre, pero recibiendo una lección maravillosa: no sirve de nada hacer las cosas a todo correr porque, aunque las estanterías se llenen, solo aprendiendo podremos atesorar el conocimiento dentro de nosotros.

A por otra semana genial.

¡La canción para escuchar al acabar!

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