En los ínfimos resquicios en los que consigo escapar

En los ínfimos resquicios en los que consigo escapar:

“Quisiera ser más tremendo: uno, yo, no camina con los ojos cerrados y los oídos tapados. Escucho y observo al igual que Ella se fija en que yo siempre comulgo el último. Marro cuenta la historia del juicio y yo sé, pese a no tener un bloc de notas donde apuntar con detalle si hubo entre dos o cinco segundos desde que dijo que “por qué tu compañero ha intentado colocarme eso” hasta la primera bofetada, cayendo de espaldas al suelo por la violencia del golpe. Aprieto fuerte los párpados, tratando de conectar visión y mente para imaginarme a su madre, a las tres de la mañana, levantándose asustada en plena madrugada, creyendo que alguien ha entrado en casa, caminando a tientas por un pasillo oscuro y pisando con sus pantuflas de lite las astillas del mueble que su hijo a destrozado al intentarse zafarse de la rodilla del policía que tiene sobre su pecho. “No puedo olvidar su mirada, pidiendo que parara, que me fuera, que desapareciera para siempre una vez más”. Hablo jugando con una centella entre sus manos, rascándose los pelos de una barba mal recortada: “yo pensé que no había nadie y por eso comencé a comerme el helado con las manos, pero cuándo abrí la puerta y vi luz en la cocina pues salí corriendo con todas mis fuerzas”. Pero claro, me dice acercándome la cerveza, tuve que volver porque me había dejado la botella escondida. Cuento yo entonces la historia de Jordan, subidos en en el globo aerostático del centro de Bournemouth, escondidos en una ciénaga urbana, sin mechero, caminando hacia un kebab regentado por un hombre de Melilla, en mi casa, incapaces de cerrar la puerta del jardín de manilla de poliexpán, o yo solo, con las manos de Sharon entre las mías, con el sabor del vino entre las encías, escuchando sus desvelos amorosos, preguntándome qué me había parecido su novio y si de veras creía que podría rehacer su vida de nuevo, sentado en la tapa del váter, del acuario, en la habitación del hijo, lleno de pósters de Grow&Seeds, perdiendo al FIFA, desayunando en una taza de los Spurs el mismo verano que Bale se fue al Madrid, jugando en Boscom, donde un español fue decapitado meses atrás, mortificando la resaca entre tiendas de discos y cachivaches, por las plaza en la que Mery Shelley tomaba café mientras dibujaba los trazos de los brazos de Frankestein, y como él, recién despertado del sueño de los tiempos, en lo alto del globo, cayendo en picado, abrasados por el fuego ante la visión de Calais, de Dover, de las dos orillas separadas en 1940 y en 2017, de una Francia y una Inglaterrada arrasadas por la barbarie de los hombres, mientras mi corazón desbocado pierde la presión y el norte, agarrado a la mano de Andrea, que se ríe con los ojos encendidos, mordiéndose los labios con fuerza, saboreando de puro placer toda nuestra juventud”

> ¡Pido tu bendición UNA vez más!

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